De acuerdo con un estudio de Freedom House, China es el país que más lejos ha llevado el autoritarismo digital, a través de un aparato de censura y vigilancia de sus ciudadanos.
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Por: IGNACIO ÁVALOS GUTIÉRREZ 
Promoción 1963  


Me refiero a la digitalización de la política, un tema de mucha importancia, visto que muestra un paisaje que cambia su sentido y plantea, nada menos, que la necesidad repensar la democracia.

La política en el espacio digital

Afirman los académicos que en el futuro la política será (en realidad lleva un rato empezando a ser) muy diferente de la política del pasado, debido en gran medida al desarrollo y difusión de las tecnologías digitales. La tarea que tenemos por delante es acoplarlas con los principios y valores que rigen el sistema democrático y de la manera como se haga dependerá que las posibilidades que ofrecen, impliquen su fortalecimiento o, como pareciera imponerse actualmente, su progresivo deterioro. Se dice, entonces, que el gran desafío es ver si la democracia es capaz de resistir a Internet, en particular en lo que respecta a su influencia en la pérdida de un mundo común, debida a la sistemática distorsión de la verdad. En este sentido, resulta difícil, casi imposible, dirimir las discrepancias políticas a partir de un espacio y un lenguaje compartidos porque las palabras cambian de significado para ajustarse a los intereses particulares y cada quien las manipula con el objetivo de crear su propia versión de los hechos. Estamos, como se sabe, en la época de la posverdad, una palabra que pone de manifiesto cómo se juega con la realidad, y se la desconoce, se la cambia, se la mutila o se la versiona para que no se parezca a ella misma, dañando seriamente el tejido de la democracia, demostrando, así, que no hay forma más eficaz de ejercer el poder que disponiendo de la capacidad para establecer qué es lo cierto.

Añádase a lo anterior que las nuevas tecnologías permiten establecer lo que es cada quien, en términos de sus preferencias individuales, deseos y pensamientos, expresados en datos que antes solo eran accesibles a los propios individuos, pero que ahora están abiertos a observadores externos, quienes los registran y clasifican, analizándolos a partir de las neurociencias, la psicología cognitiva, las biotecnologías, permitiendo, así, numerosas formas de manipulación.

Se habla, pues, de la “democracia de los datos”, más representativa, según sostienen algunos, que la tradicional democracia representativa. Las elecciones no tienen mayor sentido, expresó en alguna entrevista el primer ministro chino, dado que la opinión ciudadana puede expresarse diariamente y ser procesada desde el poder político. ¿Tendrá razón?. El debate está abierto y es inevitable.

Manipulación electoral

Los gobiernos alrededor del mundo están reforzando su control sobre los datos de los ciudadanos buscando suprimir la disidencia, erosionando la confianza en Internet y en las bases de la democracia, de acuerdo con la última edición de la evaluación anual, país por país, elaborado en el informe “Libertad en Internet”, publicado el año pasado por la ONG Freedom House.

La propaganda en línea y la desinformación, reza el documento, están envenenando la esfera digital, mientras que la recopilación desenfrenada de los datos personales está rompiendo con las nociones tradicionales de la privacidad, configurando una situación que muestra un deterioro global de la libertad en la red por octavo año consecutivo, particularmente evidente en países en donde tuvieron lugar procesos electorales.

En efecto, la historia reciente muestra que desde el brexit hasta la elección del presidente Bolsonaro, diferentes consultas electorales en distintas partes del mundo han sido intervenidas, torciendo los resultados gracias a un menú tecnológico sofisticado que atenta contra la libertad del votante y la equidad de la competencia comicial, afectando su legitimidad e influenciando en grado apreciable sus resultados.

La Ruta de Seda Digital

De acuerdo con el estudio de Freedom House arriba citado, China es el país que más lejos ha llevado el autoritarismo digital, a través de un aparato de censura y vigilancia de sus ciudadanos. Se trata, dicho en pocas palabras, de un sistema de control social generado en el corazón de los gigantescos fabricantes de teléfonos inteligentes como Huawei, Xiaomi y ZTE y que “amenaza el futuro del Internet abierto y las perspectivas de una mayor democracia en el mundo”. Tal control se acentuó en 2018 con la aplicación de la Ley de ciberseguridad que, entre otras cosas, permite que los datos de los usuarios chinos estén a la disposición inmediata del gobierno.

Por otro lado, añade el documento, la vigilancia de las agencias de seguridad china se comenzará a expandir con la construcción de la Ruta de la Seda Digital, una red de fibra óptica que unirá oriente y occidente y costará miles de millones de dólares, ampliando la cobertura de su sistema nacional de navegación por satélite a 60 países. Para el próximo año, China estará en condiciones de competir directamente con el Sistema de Posicionamiento Global (GPS, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos.

En Venezuela también se cuecen habas

Cierto, el gobierno nacional cuenta desde hace un tiempo con un dispositivo tecnológico diseñado y puesto en práctica con asesoría china, que aún no se encuentra plenamente implementado. Es el llamado carnet de la patria, que asoma como el eje de un sistema de control y vigilancia de los ciudadanos, de lo que ya empiezan a tenerse evidencias inequívocas, de acuerdo con ciertas encuestas, así como estudios iniciados por distintas organizaciones nacionales.

Se trata, así pues, de un instrumento que se aviene con su talante cada vez más autoritario. Este ha servido para que desde el poder se vaya consolidando un importante sistema de registro de datos, desde el que distribuyen diversos subsidios económicos, a la par que emerge un esquema de control social y político-electoral, absolutamente reñido con los cánones que rigen en un sistema democrático.

La otra cara de la moneda

Las líneas precedentes muestran el lado feo, por así decirlo, de las nuevas tecnologías, el del autoritarismo digital. Imposible, desde luego, no hacer alusión a las múltiples iniciativas que están cobrando cuerpo en el mundo, tanto para procurar el acceso de todos a Internet, como para aprovechar sus potencialidades con fines democráticos, es decir, al abrigo de intereses distintos a los que dejan ver entes gubernamentales y empresas, sobre todo los grandes monopolios. En esta ruta se encuentran transitando la ONU y diversas organizaciones de carácter mundial, así como distintos gobiernos y, por supuesto, organizaciones de la sociedad civil.

Que la digitalización de la política sea para fortalecer el espacio público, ajustando la democracia a los tiempos que corren. Es este el trabajo pendiente (y urgente) y que compete a todos los terrícolas.


Tomado de EL NACIONAL